¿Es México el corazón otaku de América Latina?

México vive el furor de las convenciones de anime y manga ¿Es México el corazón otaku de América Latina?

Es una tarde calurosa de 2025 en Ciudad de México y el aire huele a algodón de azúcar mezclado con ramen instantáneo. La música de un opening noventero suena a todo volumen mientras, en la fila para entrar, un chico con cosplay de Inuyasha discute con una chica vestida de Asuka sobre cuál es la mejor saga de Dragon Ball. En este mundo, las convenciones de anime y manga en México no son solo eventos, son pequeñas ciudades efímeras donde miles de personas hablan el mismo idioma, aunque provengan de rincones distintos del país. Y cada año crecen más, como si fueran un festival religioso en honor a la tinta, el papel y las pantallas.

La primera vez que crucé las puertas de una de estas convenciones, lo recuerdo bien, me sentí como entrando a otro país. El español se mezclaba con palabras japonesas que aprendí por repetición en los subtítulos piratas de mis viejas cintas VHS. Y allí estaba, rodeado de mercancía oficial y no tan oficial, artistas firmando carteles y grupos de amigos que parecían haberse conocido en foros olvidados de internet. Ese mismo espíritu —mezcla de comunidad y caos organizado— sigue latiendo hoy, solo que ahora la escala es monumental.

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Origen: No entenderían la vibra… Habrá fiesta otaku en CDMX con friki merengue, cosplay y más

La Mole y AniMole, la dupla que domina la capital

En la CDMX, La Mole Convention es un monstruo amable que lo devora todo: cómics, cine, coleccionismo y, por supuesto, anime y manga. Desde que apareció a finales de los 90, se ha convertido en cita obligada para veteranos y novatos. Este 2025, marzo trajo su edición clásica, y septiembre será territorio de AniMole, un spin-off tan grande que ya parece un evento hermano. En sus pasillos es normal cruzarte con actores de Hollywood, mangakas legendarios y cosplayers que parecen recién salidos de la pantalla.

La magia de AniMole no está solo en los nombres —Emily Rudd, Jeff Ward, Yumiko Igarashi—, sino en esa mezcla única de cultura pop y devoción japonesa. Es el tipo de lugar donde puedes encontrar una figura original de Sailor Moon junto a un set de cartas de Yu-Gi-Oh! que cuesta más que un coche usado. Y nadie lo ve extraño.

Expo TNT, la veterana que no pierde el ritmo

Si La Mole es el músculo, Expo TNT es el corazón nostálgico del anime en México. Nació en 2001, en Tlatelolco, y allí sigue, como una tienda vieja que resiste la modernidad pero se renueva por dentro. Lo suyo siempre ha sido acercar al público al talento japonés original: cantantes, actores de voz, directores. Este año, la presencia de Yoko Ishida promete ser una de esas experiencias que uno recuerda por décadas, como cuando en los 2000 escuchábamos por primera vez un tema de Saint Seiya interpretado en vivo.

En TNT todo tiene un aire más íntimo, aunque el número de asistentes sea enorme. Aquí la fila para un autógrafo puede convertirse en una charla improvisada sobre Neon Genesis Evangelion, y la fiesta oficial es una especie de karaoke masivo donde el DJ mezcla openings de Naruto con música techno.

CCXP México, el sabor internacional

Y luego está CCXP México, importada de Brasil pero con un toque local que le sienta bien. Si las otras convenciones son fiestas entre amigos, CCXP es una gala de alfombra roja. Pedro Pascal, Scarlett Johansson, John Cena… nombres que no asociarías con anime, pero que llenan el recinto de flashes y atraen a un público híbrido: mitad otaku, mitad cazador de selfies con celebridades. Aquí las filas son tan largas como los paneles que ofrecen, y siempre hay algún anuncio sorpresa que sacude las redes.

«No es solo ver, es vivirlo», me dijo un asistente mientras me mostraba orgulloso la espada de edición limitada que acababa de comprar por lo que yo pagaría de renta en dos meses. Y tenía razón: CCXP es una experiencia inmersiva que mezcla tecnología, coleccionismo y espectáculos.


El país entero como tablero otaku

Aunque la capital concentra los gigantes, el resto del país vibra con su propio calendario. Monterrey se ha convertido en bastión del norte, con La Conve, Animex y el Festival de Cómics y Manga reuniendo desde artistas de Marvel hasta ilustradores locales. El CINTERMEX, en esos días, parece un aeropuerto de otro mundo, lleno de alas mecánicas, katanas falsas y mochilas con orejas de gato.

En el occidente, Guadalajara mantiene viva su tradición desde los tiempos de Comictlán en los 90. Hoy, eventos como ConCon y el Saloncito del Manga mantienen esa vibra de convención de barrio, donde puedes participar en karaoke y concursos de dibujo antes de irte a comer birria con los amigos.

En la CDMX, más allá de La Mole y TNT, el calendario está repleto: Expo Akai, Feria Geek, Festival de Cultura Otaku… cada uno con su propio público y personalidad. Es como si el mapa estuviera cubierto de pequeños puntos brillantes que marcan dónde se reúne la tribu.


Un pasado de cintas piratas y plazas comerciales

Lo curioso es que todo este ecosistema nació de algo mucho más modesto. Antes de los 2000, las reuniones eran casi clandestinas. La primera convención formal, ConQue en 1994, apenas reunió a un puñado de soñadores que intercambiaban fotocopias de manga y VHS grabados de la televisión japonesa. El anime llegó oficialmente en 1964 con Astroboy, pero el fandom real explotó en los 90, cuando la televisión abierta y los mercados pirata hicieron posible ver lo que en Japón ya era cultura cotidiana.

«Sin las cintas piratas no estaríamos aquí», me confesó un coleccionista veterano en una ocasión. Y puede que tenga razón: esas copias defectuosas crearon un hambre de historias que, años después, se convirtió en esta maquinaria cultural.


Tendencias que huelen a futuro

Hoy, las convenciones mexicanas se profesionalizan y se vuelven más caras. Entradas de mil pesos, figuras de veinticinco mil, experiencias VIP. A cambio, ofrecen fiestas temáticas, tecnología importada de Japón y actividades que combinan lo retro con lo futurista: desde máquinas arcade originales hasta proyecciones holográficas de artistas japoneses.

El futuro parece dirigirse a un terreno híbrido: cosplay cyberpunk junto a paneles dedicados a clásicos como Mazinger Z. Y en ese contraste radica su encanto. Porque aunque la producción sea cada vez más ambiciosa, el corazón sigue siendo el mismo que en los noventa: reunirse para hablar, intercambiar, cantar y emocionarse.


«El alma vintage no se mide en años, sino en pasión», escuché decir a un otaku de cabello plateado (no teñido, por cierto) mientras ajustaba su cámara para fotografiar a un grupo de One Piece. Y ahí entendí que lo que mantiene viva esta cultura no es la moda del momento, sino una fidelidad casi religiosa a las historias que nos marcaron.

Tal vez por eso, cada vez que salgo de una convención, me pregunto:
¿cuánto de lo que vivimos allí pertenece al presente… y cuánto es ya parte de nuestra memoria colectiva?

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