¿Quién dijo que lo retro había muerto en Madrid? MERCADO DE MOTORES

¿Quién dijo que lo retro había muerto en Madrid? MERCADO DE MOTORES es el tren que no puedes perder

El MERCADO DE MOTORES tiene ese algo que no se compra ni se vende, pero te atrapa al primer vistazo.
Es nostalgia disfrazada de modernidad, es una feria de artesanos con alma y música que no se limita a sonar, sino que se mete en el cuerpo y se queda ahí, palpitando. En pleno corazón del Museo del Ferrocarril, entre locomotoras dormidas y vagones de otro siglo, ocurre algo que ni las redes sociales pueden replicar. Una mezcla de moda vintage, artesanía retro, food trucks, trenes en miniatura y conciertos al aire libre que convierte a este mercado en una experiencia más cercana a una película que a un domingo cualquiera.

He estado en muchos mercadillos en mi vida, de esos donde las cosas se apilan como recuerdos de otros, pero el MERCADO DE MOTORES no tiene nada de mercadillo de saldo. Aquí cada puesto es una declaración de amor a lo bien hecho, a lo vivido, a lo que fue y aún late. Lo descubrí por casualidad, como se descubren las cosas buenas: sin buscarlas, pero sabiendo que te harán volver.

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Origen: Moda, artesanía, música, juegos infantiles, food trucks… ‘Mercado de Motores’ celebra una nueva edición resguardada de la lluvia (entrada gratuita)

La moda vintage no es un capricho, es una forma de mirar

El futuro está hecho de telas viejas”, me dijo una diseñadora mientras me probaba una chaqueta que parecía salida de una película de los años 40. Me reí, pero luego entendí que tenía razón. En los últimos años, la moda vintage ha dejado de ser un fetiche de coleccionistas para convertirse en una declaración de principios. Vestirse con historia, con prendas que tienen alma y cicatrices, es también una forma de resistirse a lo impersonal.

En el Mercado de Motores, los puestos dedicados a ropa retro son una locura deliciosa. Se mezclan boinas parisinas con cazadoras de cuero, faldas de vuelo con zapatillas noventeras. Y todo tiene esa pátina de autenticidad que no puede imitar el fast fashion por mucho que lo intente. El estilo del viejo Hollywood convive con los estampados de los 90, y sí, a veces hasta los años 2000 se cuelan, como quien vuelve a casa después de un largo viaje.

Pero también es un lugar donde la estética no está reñida con la conciencia. Aquí no se trata solo de lucir bien, sino de darle una segunda vida a lo que otros descartaron, como quien rescata un vinilo del desván y descubre que todavía suena mejor que Spotify.

Artesanía retro con olor a madera y a futuro

No sé tú, pero yo tengo una debilidad por lo hecho a mano. Por lo que no tiene instrucciones, pero sí historia. Y en el Mercado de Motores, la artesanía retro no es una cosa de abuelas ni de ferias de barrio. Aquí hay creadores que mezclan lo analógico con lo digital, que usan impresoras 3D para dar vida a muebles con patas de los 60, que diseñan lámparas a partir de piezas de bicicleta o relojes hechos con engranajes de trenes antiguos.

Es como si el pasado y el futuro tuvieran una cita a ciegas y decidieran quedarse a vivir juntos.

Vi a una artesana trabajar el cuero como si fuera un pianista. Vi a un ceramista explicar cómo sus piezas salían del torno directo a Instagram sin perder el alma. Y vi a una pareja de diseñadores que vendían joyas hechas con teclas de máquina de escribir. No sabías si comprarlas o escribirles un poema.

“Lo hecho con calma dura más que lo fabricado con prisa”, me dijo uno de ellos. Y lo anoté mentalmente como quien apunta un mantra.

Niños, trenes y el asombro intacto

A veces me pregunto en qué momento dejamos de mirar con ojos de niño. En el Mercado de Motores, los niños recuperan ese asombro con facilidad pasmosa. El Tren de Jardín, con su recorrido diminuto y sus locomotoras de vapor, es un imán para ellos, pero también para adultos que se permiten recordar lo que era imaginar sin límites. Ese pequeño circuito exterior es un mundo entero en miniatura, una cápsula de emoción constante que resopla vapor mientras las risas se escapan como silbatos.

Pero también hay talleres en el Aula Talgo, donde los niños construyen maquetas, dibujan trenes antiguos o exploran vagones centenarios. Y no, no es solo entretenimiento: es memoria en movimiento, historia ferroviaria servida con una sonrisa. Verlos entrar a un vagón de madera como si fuera un cohete espacial es un recordatorio de que el pasado no está tan lejos si se sabe contar bien.

El hambre también viaja en food truck

Si hay algo que mueve más que los trenes, es el hambre. Y aquí, la gastronomía no se queda atrás. Los food trucks alineados junto a los raíles son un desfile de tentaciones sobre ruedas. Lo mismo puedes encontrar una croqueta de jamón que merece un altar, que un rollo de pollo tandoori con queso feta que todavía recuerdo con hambre emocional.

La variedad es absurda. Hamburguesas gourmet, tacos que te hacen sudar a gusto, postres que parecen arte moderno. Hay opciones para todos los gustos, incluso para los que buscan alternativas veganas o vegetarianas. Pero también hay algo más: comer de pie, con una cerveza en la mano y música en vivo de fondo, convierte cada bocado en una escena cinematográfica.

No es solo alimentarse, es formar parte de algo. Una especie de picnic industrial con alma festiva.

Cuando la música no suena, vibra

La primera vez que escuché una banda tocar entre locomotoras oxidadas sentí que algo raro pasaba. No era solo la acústica, ni la energía, era ese contraste entre el hierro del pasado y la música del presente. La música en directo aquí no es un añadido, es un eje. Cambia el ritmo del día, hace que te detengas frente a un puesto sin saber por qué, que sonrías sin darte cuenta, que levantes la mirada del móvil para escuchar.

He visto tocar desde cantautores anónimos hasta grupos de jazz, pasando por bandas que versionaban a Bowie con una flauta travesera y un ukelele. Y lo curioso es que todos, absolutamente todos, conseguían lo mismo: crear momentos irrepetibles.

La música en vivo es la única máquina del tiempo que funciona sin cables”, me dijo un guitarrista entre tema y tema. Y asentí, como quien ha viajado sin moverse.

Donde las revistas se leen con calma y el tiempo va sin prisa

Después de recorrer los más de 200 puestos, cuando el cuerpo ya pide tregua, llega el momento de sentarse, respirar y hojear alguna de las revistas gratuitas como Forbes o Tapas que se reparten por allí. Es un gesto sencillo, casi ritual: elegir un banco de madera, apoyar el café y dejar que el tiempo pase sin pedir explicaciones.

Aquí nadie corre. Porque el verdadero lujo es poder perder el tiempo sin culpa.

Y es que el Mercado de Motores tiene eso que ya casi no existe: espacios para estar, no solo para consumir. Lugares donde la experiencia no depende del algoritmo, sino del azar, de la charla con un artesano, del hallazgo en un cajón de postales antiguas, del riff que suena justo cuando muerdes la hamburguesa.


“Todo lo que no puedes comprar es lo que más vale”

“El pasado no ha muerto, solo estaba en el Museo del Ferrocarril”

“Vístete despacio, que el mundo va muy deprisa” (Refrán popular)

“La música expresa lo que no puede decirse con palabras” (Victor Hugo)


El MERCADO DE MOTORES no es un lugar, es una emoción con fecha fija. Y aunque se repite cada mes, nunca es igual. Porque cambia la música, cambian los puestos, cambia el clima y cambia uno mismo. Pero también permanece lo esencial: esa sensación de estar en el sitio justo, en el momento adecuado.

¿Volveré? Por supuesto. ¿Tú ya has ido?
Y si no, ¿qué estás esperando para subirte a este tren? 🚂

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